Tanto los países como las naciones, imperios, empresas e instituciones, pueden ser medidos por el tamaño y calidad de sus liderazgos.

Donde hay buenos líderes, se puede hablar de progreso y desarrollo. Las personas miramos al líder como un ideal a seguir y transitamos su camino: los pueblos quieren una guía, un modelo que marque el rumbo en sus vidas, en su trabajo, alguien que transforme y dé sentido a sus acciones; necesita de un camino seguro. Las sociedades desaparecen cuando no hay líderes. Dicen que el pueblo maya dejó de existir ––o, más bien, ya no estuvieron presentes–– cuando desaparecieron sus líderes. En esta bella región han seguido viviendo las etnias, siempre las hubo. Sí, mucha de su gran riqueza cultural se extravió en la historia. ¿Y cuándo empezó todo eso?

Cuando sus líderes se disolvieron en el tiempo. También llegó a su fin el Imperio Romano y muchos otros, cuando los líderes vinieron a menos. ¿En qué momento las empresas grandes o pequeñas han salido de los mercados? Cuando ya no tuvieron esos líderes emprendedores y visionarios que, con su inteligencia y capacidad, podían enfrentar los retos de la conducción acertada.
El líder es necesario en cualquier lugar. Hay muchos que a la vista de todos tienen nombre y son reconocidos en las páginas de la historia. Otros, como muchas amas de casa o los profesores de una escuela, transforman familias, son líderes en el anonimato que, aun sin reconocimiento, cambian en silencio el rumbo de la historia, pues enseñan con su ejemplo lo que significa guiar a un grupo de gente y les inculcan las bases del liderazgo.